Las hojas de la planta, a pleno rendimiento, son capaces de crear más y más tejidos... y más energía.
El Seis es una vuelta a la Unidad en su redondez, su plenitud, su armonía.
Aun si no pasara nada más, si no llegase a haber flores ni frutos, esa planta podría vivir hasta el fin de sus días.
Le bastaría con la materia y la energía que le procurarían sus hojas y tallos; y con el agua y el mineral que entrarían por sus raíces.
Habría llegado a un cierto nivel de madurez, y dispondría de un cierto margen para sortear períodos de más o menos riego, de más o menos sol.
El Seis es una estructura armónica.
7
Siete: el botón de flor.
La planta decide crear algo nuevo, que le va a permitir relacionarse a otro nivel: la flor.
No le es imprescindible para la vida, pero la necesita si quiere ir un poco más allá de sí misma.
A través de sus flores, la planta se relacionará con otras de su especie, mezclando información, para crear plantas nuevas. Iguales a ella, pero no del todo.
Y de paso, dará de comer a las abejas.
El Siete tiene una cualidad esquiva, inapresable. Puede estar o no estar, y todo sigue funcionando de las dos maneras: esté, o no.
1x2x3x4x5x6x7 da lo mismo que 7x8x9x10. En ambos casos, 5040.
1x2x3x4x5x6 es lo mismo que 8x9x10. En ambos casos, 720.
La primera opción contiene el 7, la segunda opción no. El Siete está en medio de todo pero, si se retira, parece que tampoco pasa nada...
El Siete nos indica el camino hacia lo sutil, lo invisible, lo que que está justo detrás de aquello que percibimos.
Ocho: la flor abierta.
La planta abre sus flores: entran el viento y las abejas.
Así consigue que su esencia, la información básica de lo que esa planta es, vuele más allá de ella y se funda con la información de sus iguales, las otras plantas de su especie.
Las abejas se llevan el polen y hacen miel, propóleo y jalea.
Está sucediendo algo diferente. Algo crece y se abre en una nueva dirección. Existe la posibilidad del cambio: de hibridarse, de mutar hacia nuevas formas.
Los hijos son parecidos a sus padres... pero no son sus padres.
El Ocho está lleno y puede repartir. Eleva los procesos a otro nivel de interrelación.
9
Nueve: el fruto verde.
La información que la planta recibió de las demás plantas va a madurar dentro de ella.
Pero eso lleva un tiempo, porque no solo se trata de entremezclar esencias, sino de que esas esencias se transformen en materia viva.
La planta se prepara para traspasar sus límites, creando réplicas que le permitirán expandirse más allá de donde llegan sus ramas, hojas y flores.
Las semillas, minúsculas, empiezan a madurar en el interior de sus frutos.
El Nueve mira al horizonte: la espera necesaria para que se dé una nueva realidad.
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Diez: el fruto maduro, la nueva semilla.
Los frutos de la planta se diseminan: el viento, o los animales, se los llevan lejos. Dentro del fruto viaja la semilla.
Así el ciclo puede volver a comenzar.
No todas las semillas llegarán a germinar. Por eso, la planta genera frutos de sobra. Así hay más comida para los animales, y mayores probabilidades de que las semillas se repartan y encuentren un buen lugar donde crecer.
La vida reparte vida al mundo, expandiéndose. El Diez es un Uno en expansión. Es el resultado de un ciclo y el principio del siguiente.
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