viernes, 21 de marzo de 2014

El Siete, de nuevo

El Siete es el número de escalones necesarios para pasar de nivel, para saltar de pantalla.

Se dice que tres veces Siete, es decir, veintiún días, es el tiempo recomendado para romper un hábito que no nos conviene.

Cuatro veces Siete nos remite al ciclo lunar, que tira de las aguas de nuestro organismo así como de las mareas del planeta... mientras refleja la luz del sol en distintos grados, crecientes y menguantes.

El Siete aparece cuando miramos niveles menos obvios, más sutiles. Salta a la vista si buscamos la pre-estructura, desdibujada luego en la multiplicidad, en el batiburrillo de la materia.

Usad el Siete para ver la verdad oculta, lo que de verdad nos limita, sin que lo sepamos. Aceptar el Siete es, hasta cierto punto, decirle "sí" al misterio, a la constricción sin la cual nuestros átomos no sabrían cómo organizarse, al código intrínseco que pocas veces vemos, velado por interfaces y lenguajes diversos.

El Siete se debe usar siempre con los pies en el suelo. Esta afirmación, válida para cualquier número, es especialmente relevante para números como el Siete, el Nueve o el Once que, por así decirlo, están más para allá que para acá. (En términos de flores de Bach, no querríamos darle un Siete a alguien que necesitase, por ejemplo, Aspen o Clematis.)

Hildegarda de Bingen, una monja alemana que vivió en el siglo XII, describió sus visiones para que fuesen empleadas como iluminaciones (ilustraciones). En ésta, el ciclo estacional (un Cuatro) está incluído en un heptágono invisible: si dibujamos una estrella heptagonal dentro de la circunferencia más grande, en su interior queda inscrita la circunferencia que engloba a la tierra y los árboles.


Lo visible, el Cuatro, queda inscrito dentro de lo invisible, el Siete, que lo engloba y sostiene.


martes, 18 de marzo de 2014

El Ocho nunca dejará de sorprenderme

Pintando el Ocho, pintando octógonos y estrellas octogonales, no cesan las sorpresas.

El Ocho es un número tremendamente auspicioso. El octógono trae suerte. Los orientales lo saben, los occidentales hemos preferido al Siete, más secreto y rebuscado: probad con el Ocho también, no os decepcionará, es más "recto" que el Siete.


En su versión estrellada, da el esquema de "la respiración del compasivo", que ayuda... adivinad: pues sí, a respirar. Notadlo en la respiración pulmonar, incluso en el bombeo del líquido cefalorraquídeo.

Tiene relación con las Ocho direcciones de la brújula, norte, sur, este, oeste y sus intermedios. En este caso, potencia el centro.

Es como un rellano en la escalera, cuando vas subiendo y necesitas un pequeño descanso (¡un respiro!) antes de seguir hacia arriba. Impulsa el crecimiento sostenido.

El Ocho está presente en el movimiento de las órbitas de Mercurio (respecto de la Tierra) y de Saturno (respecto del Sol). Si dibujamos una circunferencia con una estrella octogonal verdadera en su interior, y le inscribimos otra circunferencia en el octógono central, la circunferencia externa representa la trayectoria terrestre, y la interna la mercuriana, con un 99.9% de precisión. Igualmente, una estrella octogonal cuyo centro es el Sol tendrá como órbita de Saturno una circunferencia inscrita en sus puntas exteriores, si tomamos las puntas interiores de la estrella como la órbita de Júpiter, y el centro como el Sol.


Son los planetas más lejanos a nosotros que se pueden ver a simple vista: Mercurio el más cercano al Sol en su trayectoria, Saturno mucho más lejano. Quienes sepan astrología, o astronomía, y no me cuento entre ellos, entenderán mejor lo que implica ese espacio entre Saturno y Mercurio. Saturno es pesado, lento y limitante. Mercurio, por contra, dicen que tiene un movimiento bastante rápido de traslación, y una rotación que hace que el Sol salga y se medio esconda varias veces en un día, ¡divertidísimo! Lo que vemos los humanos se puede enmarcar entre Mercurio y Saturno...



La otra gran propiedad del Ocho es su relación con la resonancia. No resuena lo distinto, resuena lo igual: para que haya resonancia, debe haber identidad. La octava musical es el ejemplo clásico de esta verdad. Matemáticamente, el Ocho vuelve al uno con facilidad: 8 por la mitad es 4, luego 2, luego 1. Ahí está la identidad, el Uno, lo mismo.



El Cuatro, el Dos

Un diseño habitual de iglesias y claustros, el cuatrifolio. En este caso, se refuerza su dualidad presentándolo en dos partes, con un "solyluna".


Hay un pequeño detalle que incluye al Tres
, entre el Cuatro y el Dos.

¿Lo véis?