Los antiguos griegos creían en la geometría. Las demostraciones gráficas les parecían muy acertadas. Aunque venerasen al número, no necesitaban numerarlo todo.
Por ejemplo, hay un axioma que dice: en un triángulo, un lado es siempre menor que la suma de los otros dos. Esto puede no ser evidente a simple vista, pero para los antiguos griegos había una demostración clarísima: si pones a un burro en uno de los vértices de un triángulo, y un puñado de grano en otro vértice, el burro jamás caminará a lo largo de dos lados para llegar al grano, sino que siempre recorrerá uno. Concluyeron que si un burro lo podía comprender, no hacía falta demostrarlo.
Tampoco necesitaban numerar la regla. Para ellos, el compás, la regla no numerada y el lápiz eran suficiente. Con estas tres herramientas cualquier geómetra que se preciara debía apañarse. Grandes demostraciones se llevaron a cabo con ellas.
Si quisiéramos relacionarlas con la moderna fórmula de Einstein, la energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado, podríamos decir que el compás es la velocidad de la luz, lo más inmaterial, el rayo primero que crea el primer círculo; la regla sería la energía, la distribución, la dirección que toma esa luz; y la masa sería lo más denso, es decir, el lápiz (y el papel). Desde ahora podemos mirar a estos tres instrumentos con renovado respeto.
¡Se puede comprender tanto con tan pocas herramientas!
Ten a mano compás, regla y lápiz. Te sacarán de más de un apuro, si sabes usarlos.
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