El templo es el cielo en la tierra. Es traer lo de arriba, abajo, y mostrar cómo lo de abajo crece... hacia arriba.
Las catedrales lo hacen. Los dólmenes lo hacen. En última instancia, cada cual hace justamente eso, de vínculo entre cielo y tierra.
En un curso con Juan Sáez, aprendí varias formas que suelen aparecer en un templo. No van cada una por su lado, sino que se interrelacionan, entre sí y con el lugar.
Dependiendo de la latitud, dependiendo de la cantidad de Sol y luz recibida, el dibujo cambia.
Esta manera de reflejar la luz en una geometría se puede usar si, por ejemplo, queremos traer a Barcelona la energía de otro lugar: Jerusalén, o Glastonbury, o Chartres... En ese caso, usaríamos los datos de luz del lugar escogido. Suponiendo que conociésemos ese lugar, ver el esquema de la latitud correspondiente nos recordaría sus características, nos volvería a dar la referencia del mismo.
Hace un tiempo, dibujé el esquema, tomando las latitudes de lugares significativos para mi familia. Y hace poco lo he trazado de nuevo, esta vez en una sábana, para poderlo notar a lo grande, y en grupo. Si lo tengo en un papel, puedo notar cada elemento apoyando un lápiz en los puntos significativos del esquema. Si está dibujado en el suelo, puedo ponerme de pie encima.
Cuando noto, enfoco la atención al elemento escogido: por ejemplo, el cuadrado verde grande (se le llama "cuadrado madre") cruza una variedad de círculos, pero eso no importa. Mientras centre mi atención en el cuadrado madre, lo percibiré en relación a mí, y dentro del esquema, sin que los demás elementos interfieran.
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