El signo con que nosotros designamos al cero proviene de la India, y es la marca que queda en la arena cuando quitas el guijarro que estabas usando para contar. Es un pequeño circulito, y está vacío.
No tiene ángulos, y eso lo hace plenamente compatible con los números árabes (que tienen tantos ángulos como el valor que designan).
Claro que el cero es mucho más que la nada: por un lado, es el espacio previo al número, o el lugar de donde saldrán todos los números... Por otro, el cero modifica la magnitud: no es lo mismo 10 que 10.000, o que 0,0001.
Dicen que cada número lleva la semilla del número siguiente. Qué apropiado, entonces, que el cero sea un círculo, que remite al uno; y que el uno sea una línea entre dos puntos, que evoca el dos...
El Cero es el Tao del daoísmo, el Ein de la cábala, el tiempo sin tiempo antes del sueño de Brahma del hinduismo, los momentos previos al "big bang". El Cero es la pausa, la nada de la que sale todo, el vacío que se deja llenar de universos.
Sin ser activo, es la cuna y la fuente de todas las acciones. Sin moverse, a partir de él se despliegan todos los vectores.
Avanzar hacia el Cero, como avanzar hacia lo infinito, exige un esfuerzo, una musculatura mental que no se suele usar demasiado. Al mismo tiempo, es todo lo contrario del esfuerzo: es soltar, más que agarrar.
Estas contradicciones son muy propias del Cero. Multiplicar por cero es posible, pero dividir entre cero no se puede.
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