Voy a continuar relacionando conceptos numéricos con nociones de la medicina china (y occidental).
En la cosmogonía china, el Dos y el Siete corresponden al Fuego.
Corresponden a un órgano: el Corazón. A una víscera: el Intestino Delgado. Por si acaso faltaban más atribuciones, corresponden también a Pericardio (la membrana que envuelve y protege al Corazón) y a Sanjiao (un concepto chino que interrelaciona las tres partes del tronco: Jiao Inferior sería el bajo abdomen, Jiao Medio estaría al nivel del estómago, y Jiao Superior se situaría por encima del diafragma).
Son muchas atribuciones. El Fuego, esa llama imposible de agarrar, necesita de una explicación larga, porque participa en multitud de procesos, algunos de los cuales son invisibles.
Para empezar, el Dos y el Siete no comparten la misma estrecha relación geométrica de la que participan el Uno y el Seis.
El Dos es la intersección de dos Unos, la unión de Dos círculos: el resultado es una forma de almendra, la vesica piscis: una abertura, una puerta. También se asemeja a la llama de una vela.
El Siete es un número esquivo, tanto geométricamente como en la naturaleza. Es imposible dibujar un heptágono exacto usando un compás, una regla y un lápiz, consideradas las tres herramientas del geómetra. Y hay pocas formas heptagonales en el mundo natural.
Sin embargo, el Siete está en todas partes, lo que ocurre es no se muestra directamente. Los Siete días de la semana, los Siete colores del arco iris, los Siete sistemas cristalinos, las Siete notas de la escala musical, son formas en las que se organizan la luz, el tiempo y el espacio.
El número Dos apunta al eje que une "arriba" y “abajo". Y el Siete es la forma en que se juntan “arriba” y “abajo”, aún invisibles, o bien escondiéndose a la vista de todos.
El Siete puede relacionarse con el Fuego y el Corazón, a través de un sólido poco conocido: el Chestaedro.
Existen cinco sólidos platónicos, y no hay posibilidad de que existan más: solamente cinco formas convexas encajan exactamente en una esfera, si sus caras son iguales y sus vértices tocan la esfera. Son el tetraedro, el cubo, el octaedro, el dodecaedro y el icosaedro. Es curioso que ninguno de estos sólidos tenga que ver con el número Siete. El Siete escapa a la forma.
El Chestaedro, si se deposita en un cubo, se sitúa exactamente en el mismo ángulo en que se encuentra el Corazón dentro de la caja torácica humana.
Si se mete en agua y se lo hace girar, se crea una forma acampanada, que da lugar a Dos vórtices de burbujas, uno que apunta hacia arriba, y otro hacia abajo.
En los últimos siglos, se ha extendido la noción de que el órgano llamado "corazón" es un mecanismo de bombeo. En medicina china clásica, el Corazón no bombea la sangre: la gobierna. Se informa a través de ella y le da, a su vez, instrucciones.
Thomas Cowan, un médico estadounidense, explica cómo la sangre tiene su propia fuerza motriz, derivada de las propiedades del Agua viva que la compone. Gerard Pollock es un físico que ha investigado lo que él llama "la cuarta fase del agua": cuando no es sólida, ni líquida, ni gaseosa, resulta ser una especie de gel con propiedades especiales. De esta forma, la sangre se impulsa a sí misma; no es gracias a ningún bombeo.
Si esto suena revolucionario y sospechoso, considerad las siguientes evidencias: la sangre llega al corazón, después de haber circulado por todo el cuerpo, a la misma velocidad en que salió de él. ¿No debería haberse ralentizado? Además, si el organismo necesitara un bombeo, lo más lógico sería que el mecanismo estuviese abajo, en el abdomen, que es donde un líquido caería y tendería a acumularse... y no arriba, en el pecho, con la consiguiente pérdida de energía de bombeo. Y otra prueba más: la salida de la sangre tira del cayado aórtico hacia adentro, en sentido medial, cuando cualquier bombeo impulsaría la sangre hacia afuera, en sentido lateral. ¿Por qué? Pocos se lo han cuestionado. Porque no se trata de un mecanismo de bombeo, sino más bien de succión.
El Corazón escucha a la sangre. De esta manera, sabe lo que está pasando en todas partes del cuerpo, “abajo”. También sabe, si puede re-cordar (de cor, cordis, corazón), todo lo que sucede “arriba”. Para eso sirve el Shen (el espíritu, la consciencia, lo que nos mantiene atentos, conectados). Así, el Corazón es de alguna manera la encarnación de la dualidad: la reconciliación de lo invisible dentro de lo visible, un vínculo entre el cielo y la tierra. La realización de un eje vertical.
Anatómicamente, el Corazón se divide en Dos partes: una aurícula y un ventrículo para la circulación de sangre desoxigenada que irá a los pulmones, a la derecha, y otra aurícula y ventrículo para la circulación de la sangre oxigenada que irá a todo el cuerpo, a la izquierda. Dos conjuntos diferentes de sangre, que no se pueden mezclar, separados por el septum. El Corazón también se relaciona con el número Dos por su ritmo: hace dos ruidos consecutivos, “bum-bum”, moviendo aurículas y ventrículos, y luego calla antes de comenzar de nuevo.
Hay cardiólogos que relacionan la forma del Corazón con una banda de Moebius; con una espiral, cuyos extremos aún no conocemos; con un torbellino que se expande y así genera un campo electromagnético particular, cuyo alcance se mide en metros. Se basan en la anatomía y en una observación cuidadosa de la fisiología. Buscad a Hu Houxiang, a Francisco Torrent-Guasp, a Manel Ballester, a Sergio Mejía.
El Intestino Delgado también tiene que ver con el Dos, debido a su naturaleza dicotómica. Se dice que es donde está el “cerebro entérico”. Cuando el contenido del Estómago alcanza el Intestino Delgado, es el momento para el cuerpo de tomar una decisión: o bien es considerado alimento y será absorbido, bañado en bilis y jugos pancreáticos, continuando su viaje hacia el interior y hacia abajo, en dirección al Intestino Grueso; o bien puede aún ser expulsado, hacia arriba y hacia afuera, si se considerase imposible su asimilación.
Si se ha ingerido un veneno, de lo que se decida en ese punto dependerá nuestra salud. Una vez en el duodeno (la primera porción del intestino, justo saliendo del estómago), empieza el proceso de integrar aquello que venía de fuera hasta el último rincón del cuerpo, hacia el interior de cada célula. Se trata de una actividad no por automática menos íntima, en la que se reconcilian lo externo y lo interno.
En la entrada anterior de Números chinos y en ésta, se ha hablado del Agua y el Fuego: el Uno-Seis y el Dos-Siete.
En la Grecia antigua, el Uno y el Dos no se consideraban números, sino “los padres” de las demás cifras. Igualmente, el Agua y el Fuego son el eje básico de los cinco Elementos chinos, y de la alquimia occidental.
Se dan muchas correspondencias paradójicas entre ellos. En sus representaciones a través de los trigramas del Yijing, un libro oracular antiquísimo, esto queda reflejado en el hecho de que Li (el Fuego) es la imagen invertida de Kan (el Agua).
Por si queréis saber más sobre el Yijing y estas imágenes...
Existen ocho trigramas. Dos tienen solamente un tipo de líneas: Cielo (enteramente compuesto de líneas Yang) y Tierra (todo Yin). Cielo y Tierra son estáticos, son el primero y el último estado, de la potencia infinita a la materia consolidada. Pero esto es así en un primer esquema: el del Cielo Anterior.
Luego el universo se desarrolla, y en las posiciones de Cielo y Tierra se alojan otros dos trigramas. ¿Cuáles? Fuego y Agua. Son como Cielo y Tierra, pero en movimiento. En acción. En el esquema del Cielo Posterior.
El hecho de que Cielo y Tierra cedan sus posiciones nodales, de Sur y Norte, Lao Tse (Laozi) lo atribuye a que son virtuosos. Y eso es, precisamente, lo que los hace eternos.
Fuego y Agua no se quedan quietos. Sus cualidades nacen de su capacidad para relacionarse, para disolver, para quemar, para enfriarse y calentarse mutuamente. Son un eco, un poco más concreto, de Cielo y Tierra. Pero ver a Fuego y Agua es como mirar los movimientos del metabolismo, el día y la noche. El hecho de que sean reconciliables y trabajen juntos es una paradoja que cada cual tiene que desentrañar.
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