Ramon Llull, filósofo mallorquín nacido en el siglo XIII: filósofo conocido, novelista conocido... desconocido como matemático.
De su Ars magna, pasando por su Ars generalis, hasta su Ars brevis: intentar encontrar el factor común entre las tres religiones monoteístas, las características de Dios que le permitieran entenderse con el infiel, y convencerlo de su error. Y no por el método habitual (matarlo), sino de otra forma (conociendo su idioma, y refutando sus errores).
Sus esquemas no fueron comprendidos mientras él vivió. En las universidades se usaban otras maneras de razonar, más basadas en los filósofos respetados, y mucho menos innovadoras. Sus construcciones no concordaban con lo conocido. No siguió los patrones lógicos de Aristóteles y la escolástica. Su lógica fue otra.
Ha sido rescatado a medida que la historia de las matemáticas ha ido avanzando: anticipó la combinatoria, se avanzó al construir lo que luego sería un lenguaje informático, incluso propuso la mejor fórmula para escoger (un abad, una abadesa) en un proceso electoral.
La magnitud de su obra, que él se esforzó sobremanera en preservar, hace que sea difícil de englobar. Un inclasificable.
Su biografía es tan colorida como sus trabajos: cortesano, seguidor de visiones de Cristo en la cruz, viajero bienvenido, o todo lo contrario, fundador de una red de escuelas de idiomas, y tantas cosas más. ¿Alquimista? No se sabe. En definitiva, una figura compleja, con una vida y una obra igualmente particulares.
Es interesante revisitarlo, ahora que hace 700 años que murió, y ver cómo sigue vigente.
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