Se dice que tres veces Siete, es decir, veintiún días, es el tiempo recomendado para romper un hábito que no nos conviene.
Cuatro veces Siete nos remite al ciclo lunar, que tira de las aguas de nuestro organismo así como de las mareas del planeta... mientras refleja la luz del sol en distintos grados, crecientes y menguantes.
El Siete aparece cuando miramos niveles menos obvios, más sutiles. Salta a la vista si buscamos la pre-estructura, desdibujada luego en la multiplicidad, en el batiburrillo de la materia.
Usad el Siete para ver la verdad oculta, lo que de verdad nos limita, sin que lo sepamos. Aceptar el Siete es, hasta cierto punto, decirle "sí" al misterio, a la constricción sin la cual nuestros átomos no sabrían cómo organizarse, al código intrínseco que pocas veces vemos, velado por interfaces y lenguajes diversos.
El Siete se debe usar siempre con los pies en el suelo. Esta afirmación, válida para cualquier número, es especialmente relevante para números como el Siete, el Nueve o el Once que, por así decirlo, están más para allá que para acá. (En términos de flores de Bach, no querríamos darle un Siete a alguien que necesitase, por ejemplo, Aspen o Clematis.)
Hildegarda de Bingen, una monja alemana que vivió en el siglo XII, describió sus visiones para que fuesen empleadas como iluminaciones (ilustraciones). En ésta, el ciclo estacional (un Cuatro) está incluído en un heptágono invisible: si dibujamos una estrella heptagonal dentro de la circunferencia más grande, en su interior queda inscrita la circunferencia que engloba a la tierra y los árboles.
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